BEN TASGAL

08 octubre2024, 11:13 AM
“El Arte de pensar” (escrito para la Comunitat Jueva Atid 1998)

Aquel martes el Rabino se presentó sin su tradicional traje gris ni su corbata a rayas. Vestía un moderno pantalón verde cortado al estilo italiano y una camisa de color salmón abierta en el cuello. Paradójicamente hablando, todo indicaba que para el rabino de la comunidad los martes, también eran Shabat. Un día diferente, atípico, especial y de descanso.

Cada martes, el rabino llegaba a la comunidad y misteriosamente besaba la Mezuza de la entrada diciendo “El justo (tzadik) florecerá como la palmera; como el cedro del Líbano él crecerá”. Cuestionado por uno de sus alumnos, el rabino contó que cierta vez el Rabi Dov Ber dijo “Hay dos clases de justos (tzadikim). Los que dedican su tiempo al hombre, le enseñan y se inquietan por él, y los que se preocupan sólo por las enseñanzas. Los primeros producen frutos alimenticios, como los dátiles de las palmeras, los segundos son como el cedro del Líbano, altivo y estéril”.

La extraña bendición que sobre la Mezuza realizaba, era para el rabino como un recordatorio de que la clase de profundización judaica que se preparaba a impertir era su mejor instrumento para desarrollar su comunidad, para hacerla fuerte y sana como los dátiles de las palmeras, como un futuro consejo de justos.

Alrededor de la larga mesa, unas veinte personas discutían acaloradamente sobre la vida, la muerte, la resurrección y la reencarnación en el judaísmo. León, uno de los más inquietos, había encendido la mecha del debate exponiendo un centenar de concepciones acerca del tema, desde la óptica de la filosofía judía. Suele creerse, erróneamente, que donde hay dos judíos hay siempre tres ideas. En esta larga mesa de veinte hijos de reyes, circulaban más de cien posiciones divergentes.

El rabino callaba y observaba. Por sobre todo, disfrutaba. En la otra punta de la mesa, el más anciano del grupo, también callaba y disfrutaba. Era David Da Silva, uno de los fundadores de la comunidad. Luego de casi media hora de debate David hizo un ademan para exponer sus vacilaciones. Automáticamente, todos callaron. David se disculpó, argumentando que todavía no había llegado a una conclusión clara sobre la disputa. Había escuchado muchas posturas, de las cuales casi todas le parecían de algún modo correctas. Haciendo una breve pausa comentó:

– Cuando el Rabi Bunam yacía en su lecho de muerte, su mujer comenzó a llorar amargamente. Viéndola tan acongojada él le dijo: – ¿Por qué lloras mujer? Toda la vida me ha sido dada para que aprendiera a morir.

No tenía sentido continuar aquella discusión. Los presentes entendían lo dificultoso que podía ser encontrar el sendero de la verdad absoluta. Por otro lado, recorrer aquel camino podía permitir descubrirse a uno mismo.

El rabino observo a todos y a cada uno, y sonrió. Se sentía bastante conforme con la inversión de las últimas dos horas. Sin embargo, aún quedaba algo importante por hacer.

– Como todos ustedes se habrán dado cuenta – dijo el rabino pausadamente – Uno de los objetivos fundamentales de nuestra comunidad es profundizar sobre los valores e identidad de nuestro pueblo. Es por eso que explicamos, entendemos y ejecutamos distintos aspectos del ritual judío ya que, al descubrir y asumir orgullosamente quienes somos, estamos dando el primer paso para seguir creciendo como individuos y como colectivo. El rabino elevó su mirada para captar la mirada cómplice de los presentes.

Luego de meditar unos instantes agregó:

  • Bien, tengo un pequeño juego para proponeros! – La gente presente observaba un poco sorprendida -. Cada uno de vosotros deberá pensar para la semana que viene en una o dos personas que nos han enseñado con su ejemplo lo que pretendemos en esta comunidad. Eso si – reafirmo el rabino -, no es posible elegir a nadie de los presentes.

 

El rabino pretendía que estos maravillosos encuentros no concluyeran, aspiraba a que durante la semana, sus estudiantes se viesen desafiados a profundizar lo estudiado. Quizás, solo se tratase de un esfuerzo para dar a conocer a personalidades del pensamiento judío moderno. Tal vez, solo se tratase de un juego surgido por la excitación del progreso intelectual. ¿Quién sabe?

Pasaron los días mientras aumentaban los llamados telefónicos en la oficina del rabino. Eran tres las clases de personas que llamaban. Las primeras, que pretendían una mejor explicación o aclaración de las reglas del juego. Las segundas, solicitaban que el rabino soltase alguna pista sobre la esencia de la pregunta. Por último, estaban los que no habían asistido a la reunión pero querían saber a qué se debía tanta movida por una simple pregunta.

Por los pasillos de la comunidad se iban formando grupos de opinión. Estaban los seguidores del Baal Shem Tov, un sabio jasidico que para no pocos simbolizaba la profundidad del pensamiento hecha persona. Se había conformado otro pequeño grupos de seguidores de Maimónides, que aducían que en España el ejemplo debe provenir de un par. Estaba el grupo Sionista que señalaba distintos líderes del movimiento de renacimiento nacional judío.

Poco a poco se fueron conformando tres grupos de unas ocho personas cada uno. El juego propuesto por el rabino había producido reacciones realmente insólitas. La agrupación pro-Maimónides, por ejemplo, elaboró una canción basada en una flauta y una pandereta o algo así… El muy activo grupo sionista se dignó a confeccionar camisetas con unos logotipos muy simpáticos.

El viernes, en el servicio de Kabalat Shabat solo se hablaba de la famosa pregunta, de las tres distintas posturas y por supuesto, de Daniel Halevi.

Daniel Halevi era un joven de unos veinticinco años que en el transcurso de las clases solía quedarse atento, pero en silencio.  Cierta vez, había confesado sentirse ignorante, por lo tanto evitaba opinar sobre temas que aún no acaba de comprender. En este caso, como en muchos otros, Daniel Halevi no tenía ninguna opinión.

Los últimos días fueron cruciales. El domingo, el grupo de Maimónides se reunió en el bar cercano a la comunidad junto a un invitado especial: Daniel Halevi. Fueron casi tres horas durante las cuales se llegaron a oír cien razones razonables por las que elegir al gran sabio de Córdoba como el mejor exponente de un judío, “español” acotaban, que desarrolla su intelecto de manera ejemplar.

El lunes por la tarde se reunió con el grupo de Baal Shem Tov y el martes, minutos antes de la clase, fue el turno para los sionistas.

Ese martes la comunidad se vistió de gala. Un clima bastante cordial, reunió a unas 60 personas que pretendían escuchar el juicio del rabino. Algunos suponían que la llave estaría en manos de Daniel Halevi. Si tres grupos de ocho personas cada uno opinaban igual, Halevi debía desempatar y dicha elección seria valida a ojos del rabino. Por otro lado, el líder comunitario se inclinaba a adoptar medidas poco comprometidas a sabiendas de que la verdad y la justicia conforman un abanico de tonos grises.

Primero expusieron los que admiraban a Maimónides. Luego los sionistas, que seleccionaron a David Ben-Gurion como el mejor exponente del judío moderno que lucha por realizarse en la tierra histórica del pueblo judío: Eretz Israel. Por último, llego el turno del grupo de Baal Shem Tov. Sin duda, la mejor exposición de la tarde. Según el grupo de Baal Shem Tov, el sabio jasidico dijo cierta vez: “Leemos que el ‘espíritu de dios planeaba sobre las aguas’ y que Dios dijo ‘que haya luz’. Por consiguiente, si el cerebro del hombre, que contiene su espíritu, se inclina sobre la Torá, que es como las aguas, Dios hará aparecer la luz”.

Al terminar estas palabras todas las miradas estaban centradas en Daniel Halevi. Por lo visto, el poseía la sentencia definitiva. Frente a él, el rabino observaba sin pronunciar palabra. Había decidido dejar que las cosas siguiesen su curso natural.

– Y bien Daniel, – se animó a preguntar el vocero del grupo Sionista – ¿a ti que te parece? Un silencio gélido cubrió la sala. Fueron como dos o tres minutos en donde nadie respiro o por lo menos, eso parecía. Daniel asumió que dicho silencio era una señal de que nadie se iba a ir a casa sin escuchar un veredicto. Su veredicto.

Tímidamente, Daniel Halevi tragó una larga bocanada de aire como si se tratase de un elixir por momentos tan necesario. Por fin, hablo:

  • Creo – dijo – que los tres grupos habéis encontrado suficientes razones como para consagrar a las tres personas. Sin embargo – aclaro tomando mayor confianza -, creo que podemos aprender del ejemplo de personas más cercanas a nosotros, a personas y no a personalidades…

Los asistentes se miraban entre si asombrados. Sin duda se trataba de una respuesta diplomática, pero a la vez, una definición poco convincente.

A sabiendas de esto Daniel Halevi prosiguió.

  • Creo, que un niño y un ladrón pueden instruirnos sobre este punto. De un niño podemos aprender tres cosas: Un niño está contento sin un motivo especial. cuando un niño desea algo lo pide vigorosamente, y un niño no está ocioso ni por un instante… No es posible profundizar tu mente y espíritu sin que exista un fuerte deseo acompañado por una felicidad en el quehacer, una felicidad casi sin motivos aparentes. Y es que “un estudiante casi siempre es un niño. Jamás se cansa de interrogar, todo le interesa, todo le intriga. Pero aquello que sabe solo le interesa si lo maravilla. Conocer por conocer le parece un vicio inútil. Él quiere saber más para ser más, y puesto que sabe que saber es imposible, se regocija al pensar que aún le falta aprender por lo menos, lo que saben otros… – sentenció Daniel Halevi.

Sin detenerse un instante prosiguió.

  • Podemos aprender también de un ladrón, el cual puede enseñarte siete cosas: Hace su trabajo por la noche, di no termina lo que debe hacer en la primera noche, dedica a ello la segunda, Él, y los que trabajan con él, se aman mutuamente, arriesga su vida por pequeñas ganancias, lo que consigue tiene tan poco valor para él, que lo cambia por una moneda, soporta golpes y privaciones y estos no significan nada para él, ama su oficio y no lo cambiaría por ningún otro.

Daniel Halevi observa hacia el infinito, sin descansar sus ojos sobre nadie en especial.

  • Un ladrón no es una persona ejemplar ni mucho menos – aclaro rápidamente Daniel -. Sin embargo, hay ciertas cosas que se pueden aprender de ellos. Para profundizar en el camino de la sabiduría necesitas la continuidad de noches de soledad en donde tu mente se pone en contacto con lo divino. Por conseguir saber y ser, los judíos hemos arriesgado durante generaciones nuestras vidas, soportando privaciones y duros golpes. Una vez conseguida la sabiduría, no la cuidamos, la compartimos con otros ya que solo así podemos trascender generación tras generación. Ser judío siempre ha sido una carga. Hemos sido perseguidos y humillados. Pero… Dios bendiga mi carga, no la cambiaría por ninguna otra…

Una sonrisa de aprobación impregnaba las miradas de todos. Daniel Halevi había conseguido resumir con simpleza los valores que cada uno de ellos había encontrado en las tres personalidades. Había logrado comprender el principio de que setenta caras tiene la Tora ya que “comprender ver otra faceta, es hacerlo desde una perspectiva innovadora”.

Para el rabino, las palabras de Daniel Halevi eran un peldaños hacia la perfección y la sabiduría, el peldaño de la humildad.  El de aquel que piensa no ser merecedor de nada, mientras que cualquiera de los que conviven con él, incluso los ladrones, si son merecedores. El peldaño de aquel que se ve siempre en el medio de un camino por recorrer. El de aquel que sabe que para avanzar, hay que dominar el arte de pensar…

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